Parece un mundo (o mejor, trescientos mundos) concebidos por una burocracia siniestra de resonancias kafkianas. La arquitectura implacable me confronta con el espejo que no quiero ver: absurda la supervivencia, absurda la muerte. Queda en mÃ, lector prevenido (aunque muy a mi pesar), asistir a este quiebre, al giro propio del microrrelato que debe asemejarse más al tiro por la culata que al impacto preciso de un francotirador. Y digo “debe” porque asà me lo exige Sternberg, en cada golpe de punto final, luego de una escueta sucesión de oraciones, provoca la mueca inevitable del accidente. Es que, en presencia de un espejo glacial, todo reflejo parece herirnos de hielo.
Como si nada
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