Dos veces doble, el monstruo múltiple es Carl Denham. En cuanto al mono gigante, no es más que un portavoz o, tal vez, la materialización del deseo de nuestro Victor Frankenstein cinematográfico. Lo certifica la mueca desorbitada con que acompaña el movimiento circular de la manivela que engendra un rodaje metafílmico. Y lo que se va enrollando en la cinta impresa será una exagerada reduplicación de escenarios: barco-guión-isla, director-mono-industria, arte-amor-bodega.
Pero mientras el asombro rasca el techo de lo imposible en la cumbre del Empire State, ella es una y cada vez más víctima. La crisis, la inocencia, la fragilidad se condensan en la piel apenas insinuada de Fay Wray.
King Kong, Cooper-Shoedsack, 1933
No hay comentarios:
Publicar un comentario